(Opinión)-Radamel Falcao cumplió su sueño. A sus 38 años, decidió jugar en Millonarios, el club que amó desde niño. Llegó con humildad, sin exigencias desmedidas, dispuesto a aportar desde su experiencia.
Sin embargo, su decisión provocó una ola de desprestigio en el fútbol colombiano. Hinchas, rivales y hasta analistas lo juzgaron con dureza.
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Desde el primer día, muchos no vieron al goleador histórico de la Selección Colombia. Solo señalaron su edad, sus lesiones pasadas y el supuesto alto costo de su llegada. Ignoraron su trayectoria, su jerarquía y el impacto emocional de tenerlo en el país. No le perdonaron haber escogido al ‘Embajador’.
El FPC no supo valorar lo simbólico. Mientras otras ligas reverencian a sus ídolos cuando regresan, aquí se burlaron de Falcao. Lo llamaron “exjugador”, “producto de marketing” o “consentido de la Dimayor”. La rivalidad entre equipos se impuso sobre el respeto a una leyenda nacional.
Millonarios tampoco fue ajeno al ruido. Aunque lo recibió con orgullo, no logró rodearlo con un equipo que lo hiciera brillar. La presión de ganar sin respaldo real convirtió su paso en una misión imposible e incluso los mismos directivos lo criticaron y achacaron cosas en su momento.
Falcao no vino por dinero. No vino a figurar. Vino a cerrar su carrera con dignidad, cerca de su gente, en el equipo que lo formó como hincha. Pero muchos se encargaron de minimizarlo, como si haber elegido al ‘azul’ invalidara todo lo que construyó en Europa.
Su despedida, llena de gratitud y nostalgia, deja un mensaje triste: el país futbolero no supo recibir a su ídolo. El FPC perdió una oportunidad única para reconciliarse con su historia.
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